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Como en feria

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 Hace unos años llegó a la Feria de Jocotenango un joven en compañía de su novia. Ella quería el premio mayor de un juego de tiro al blanco. Era un oso de peluche grande, el más visible del puesto. La muchacha puso la condición de que si no tenía el peluche terminaría la relación. El encargado del puesto —quien recuerda esta anécdota— vio que en el cincho el joven tenía una pistola. Eso le dio miedo y ofreció, a cambio de los 10 quetzales que valía el turno, darle un par de tiros más. El novio pidió solo tres oportunidades. Se acomodó el cinturón. Apuntó, respiró hondo y tiró. Ningún balín atinó al premio mayor. Volteó hacia su pareja y la vio inexpresiva. Molesta. El encargado, viendo la escena de tensión, le dio un tiro de cortesía. —Si fallas esta, me voy—, dijo ella. —Esto está trucado, dijo él. —¡Vamos, joven!—, dijo el feriante. ¡Pum! El sonido de una lata avisó de un premio. Pero no fue el mayor. Resignado el muchacho de la pistola en el cincho quiso que el encargado del puesto

Cuando vimos el mundo a través de ventanas

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Un hombre y un niño en la puerta de su vivienda en el asentamiento 15 de Enero. Foto: Tomada de la cuenta de Instagram de Luis Echeverría ( Clic aquí para ver su material gráfico ) Me di cuenta que este blog llevaba abandonado cuatro años y siete meses. Una desatención de 1,676 días desde la última vez que publiqué algo. No me lo perdono. Pero ahora que tengo un poco de tiempo extra, mucho tiempo extra, todo el tiempo del mundo. Procuraré ser más diligente con este espacio. En el futuro nos dará una extraña nostalgia recordar cómo fuimos en estos días. Que, si bien ya se están escribiendo libros, algún o alguna novelista cocina ya sus ideas para un texto de alto calibre, siempre será muy interesante contarnos a nosotros mismos —a través de lo que escribamos— sobre esta interrupción en nuestro agitado ritmo de vida. De momento todo lo vemos a través de ventanas. Las puertas se han cerrado y solo quedan las ventanas abiertas. Ventanas y balcones. Un reducido espacio d

"Con la rebelión, nace la conciencia"

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Colectivos sociales simularon un funeral como un mensaje de rechazo al actual sistema y a unas cada vez más desprestigiadas elecciones. Foto tomada de Prensa Libre Un proceso electoral es un espectáculo. Una gala llena de reflectores en todo el país. Un cabaret gigante donde todos tienen derecho a entrar por un momento, embadurnar su dedo y salir para ver detrás de un cristal quien se come el caviar al terminar el cálculo de las ganancias con forma de voto. Para todo periodista, es un campo de batalla donde la pericia da lecciones, un aprendizaje sobre el tipo de sociedad en la que se tiene alojada la existencia. Me decía un maestro de periodismo que las elecciones, en países como Guatemala, son como un apartado de tiempo lento en donde los bufones se limpian la cara, se relajan y fingen ser buenas personas. De esa manera toman aire, renuevan sus promesas perdidas y acarician la posibilidad de aferrarse a lo único que saber hacer bien: aparentar. Es el momento en que la fauna

Despertar

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La maldita. Cumbre del Volcán Acatenango . Foto tomada en enero del 2013. Despertar abrir los ojos siempre despertar Regresar del olvido Despertar y respirar Dejar atrás cadáveres iracundos que fustigan la memoria Cavilar Frescura de mañana viento vivo del sur acaricia cabellos revueltos susurra pequeñas melodías de pájaros cantores Despertar y atravesar en un delicado aliento cálidas añoranzas que se quedan en almohadas Despertar alivio al caminar surcar olas en un día soleado Despertar pensar que hoy es un día diferente

Cama 275

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Cama y sábana del Seguro Social en la zona 9. (Foto tomada del archivo de elPeriódico ) En el  hospital, el tiempo no transcurre igual. Por momentos, se detiene. A veces, también mete el acelerador y camina sin dejar rastro. En el hospital, la Muerte aguarda paciente en las sillas de los pasillos. Pide suero para aguantar despierta la noche y bebe café hecho en las viejas cafeteras industriales que producen litros de líquido que sirve para amortiguar, como placebo, el dolor de los medicamentos que reciben los huéspedes habituales. En el hospital, no hay día, ni noche. La luz artificial confunde los débiles rayos que atraviesan las cortinas de las habitaciones. Esas viejas cortinas doradas por el polvo y decrépitas por el sol. Ventanas que son cuadros de luz, y nada más. En el hospital, no hay distinción. Quienes entran son despojados de sus ropas y asisten a los quirófanos desnudos. Con la mirada curtida por el dolor. Sin teléfonos inteligentes, ni relojes caros. Desnudos,

Señora rebosante

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Ahí estaba. Llena. Ni una butaca vacía. O quizá muy pocas vacías. Que yo recuerde pocas veces --o casi nunca-, he visto la sala Efraín Recinos del Teatro Nacional en todo su esplendor. La Gran Sala, como es conocida, tiene 2 mil 048 butacas especiales, dos palcos presidenciales de diez butacas cada uno. En la planta hay 910 butacas y en el primer balcón 572. En el segundo balcón hay 311. Hay balcones laterales, que según la página oficial, sirven para la acústica. Pues bien, todos asientos estaban ocupados y un enorme letrero en la entrada advirtiendo de la taquilla agotada. Era jueves y para respetar la puntualidad de los presentes, a las 20 horas inició el evento que inauguraba la temporada extraordinaria de la Orquesta Sinfónica Nacional. El público aplaude al finalizar la presentación. La excusa musical fue mayúscula: Los Beatles. Febrero, marzo. Son varias efemérides para celebrar al cuarteto de Liverpool, esa formación musical más famosa de todos los tiempos.  Y fueron

Aquella vieja barba y las moscas sobre el desayuno

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Templo de La Recolección en la zona 1 capitalina.* Un anciano, a quien solía visitar en una de las calles del barrio de La Recolección, cuando con los compañeros del Adrián Zapata intentábamos buscar amoríos con las chicas del Inca --nunca fui bueno ligando, quizá por eso busqué otros pasatiempos, como hacer amigos en la calle-, pues decía que ese anciano, Javier se llamaba, aunque le gustaba que le dijeran don  Piloy, cada vez que me veía me regañaba como si fuera su nieto o algo parecido. - "Ah, patojo más huevón . Si no estudiás , te aparto un espacio al lado de mi banqueta"--fue lo primero que me dijo. La verdad, y aunque sin jactarme, siempre tuve buenas calificaciones, frecuentaba las visitas con don Piloy , porque me parecía un tipo sabio y con muchas historias en su vida. Canoso y mal hablado. Por su barba se deslizaban cabellos descoloridos que ocultaban una sonrisa incompleta. Creo que se sentía cómodo con mis visitas, aunque siempre decía cosas como &quo